Tomado de Shock.co
Los recientes triángulos amorosos de figuras públicas (Shakira, Rosalía, Peso Pluma, Westcol, Petro) y su efecto viral nos dicen más de lo que creemos sobre nosotros mismos.

Cuando una pareja rompe y la causa es una infidelidad, pasa algo parecido que cuando alguien muere repentina e inesperadamente: la gente alrededor empieza a murmurar, se empiezan a preguntar en voz baja “¿qué fue lo que pasó?”.
Hay, en el fondo, un deseo por saber las causas del deceso —de la persona o de la relación —. Tal vez porque necesitamos saciar la curiosidad o para conocer todos los detalles y llegar a la conclusión de que “eso no me va a pasar a mi o al menos no lo voy a permitir”. En todo caso, las infidelidades, sobre todo las ajenas, obsesionan a una buena parte de la sociedad.
Esther Perel, psicoterapeuta y escritora belga que se ha convertido en una especie de gurú gracias a su experticia sobre relaciones amorosas, escribió en su libro El dilema de la pareja que “El adulterio ha existido desde que el matrimonio fue inventado, así como el tabú en su contra. Ha sido legislado, debatido, politizado y satanizado a través de la historia. A pesar de su amplia denuncia, la infidelidad tiene una tenacidad que el matrimonio tan solo puede envidiar, tanto que es el único pecado que recibe dos mandamientos en la Biblia, uno por cometerlo y otro solo por pensarlo”.
Es, dice ella, un tabú ancestral universalmente prohibido y, aún así, universalmente practicado.
La mayoría de las personas tropiezan con la idea de infidelidad a muy temprana edad. Ya sea porque escuchan la llamada telefónica entre una madre herida y una tía consejera, porque la pequeña pero madura compañera de pupitre en el colegio les contó sobre la nueva novia de su padre o, simplemente, porque todas las tramas de las novelas que vieron en su infancia tenían que ver con la dramática ruptura de corazón a causa de una amante pérfida.
Entonces entendemos, sin entender, que infidelidad es igual a tortura, a daño, a calvario. Luego, en la adultez, el monstruo se hace real y se mete en el cogollo de las relaciones románticas. Y, extrañamente, eso que tanto espanta, es también irresistible cuando se trata de los otros.
Ese tabú ancestral ha originado guerras, muertes, desfalcos económicos y desestabilizaciones políticas; también ha alimentado infinitas reuniones sociales con conjeturas sobre quién es víctima y quién es victimario. Las infidelidades existen hace siglos pero persiste la incapacidad para lidiar con ese suceso de una manera menos radical.
Quizá lo único que ha cambiado es el vehículo para fusilar a los “traidores”; las redes sociales transformaron los triángulos amorosos en polígonos deformes. Cualquiera detrás de una pantalla, con el anonimato como súper poder, puede sentirse parte de la historia. Es ahí donde se crean bandos, se juzga, se sentencia y se mete el dedo, virtualmente hablando, en la llaga de los implicados.
Pocas cosas generan tanta efervescencia en redes sociales como una infidelidad entre personajes públicos. Comunicados oficiales, notas en medios de comunicación, hilos en X de gente comprometida con resumir los hechos, reels y Tiktoks. Y mientras estos personajes encuentran ahí un atajo para llamar la atención (es decir, para hacer dinero), hay una parte de los consumidores que sienten los agravios de sus ídolos como propios.
En 2023 la decepción amorosa de Shakira cobró relevancia mundial. Ese episodio en el que el poco simpático Gerard Piqué le fue desleal a la barranquillera con Clara Chía, resultó en un disco de la artista en el que la consigna fue convertir sus diáfanas lágrimas en fajos gordos de billetes verdes.
Desde entonces las redes sociales han transmitido un torbellino de dramas de parejas del mundo del entretenimiento, la desnutrida farándula criolla y la política, a causa de traiciones: Peso Plumay Nicki Nicole; Cristian Nodal, Cazzu y Ángela Aguilar; Béele, Camila Rodríguez e Isabella Ladera; WestCol y Aida Merlano; Rosalía y Rauw Alejandro; Nataly Umaña, actriz colombiana, cuya infidelidad fue transmitida en vivo y en directo a través de un reality y la supuesta infidelidad del presidente Gustavo Francisco Petro en tierras panameñas.
Alejandro Servin es antropólogo digital y con su empresa Antropomedia se dedica a estudiar fenómenos digitales.
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